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20 de junio de 2025James Suckling
El crítico que redefine el mundo del vino
James Suckling, nacido en Los Ángeles en 1958, es una de las figuras más influyentes en el mundo del vino. Con más de 250.000 vinos catados en cuatro décadas, su trayectoria como crítico, desde sus inicios en Wine Spectator hasta su plataforma digital JamesSuckling.com, ha marcado un estándar global. Residente en Hong Kong, Suckling combina rigor técnico, intuición emocional y una visión moderna que conecta con millones de aficionados.
James, gracias por compartir tu historia con nosotros. Empecemos por el principio: ¿quién es James Suckling y cómo descubriste tu pasión por el vino?
Gracias por la invitación. Nací en Los Ángeles en 1958, en una familia sin conexión directa con el vino, pero con un gusto por la buena comida y la cultura. Mi padre era ejecutivo en publicidad, y mi madre, una apasionada de la cocina, lo que me dio un aprecio temprano por los sabores. Estudié Periodismo y Ciencias Políticas en la Universidad de Wisconsin-Madison, pero mi interés por el vino llegó más tarde, casi por casualidad.
A los 20 años, mientras buscaba trabajo como periodista en el sur de California, vi un anuncio en el Los Angeles Times para un puesto de editor en Wine Spectator, una revista pequeña con apenas 800 lectores en 1981. Me presenté sin saber mucho de vino, pero con curiosidad y ganas de escribir. Conseguí el trabajo en diciembre de ese año, y ahí me picó “el bicho del vino”. Lo que empezó como un empleo se convirtió en una obsesión. Leer sobre Rioja en los libros de Hemingway en los 70 y probar vinos clásicos como los de Château Pétrus me abrió los ojos a un mundo de historias, culturas y sabores.
¿Cómo fue tu formación inicial como crítico de vinos?
En los 80, el mundo del vino era menos profesionalizado que hoy. Aprendí sobre la marcha, catando, viajando y hablando con bodegueros. En 1985, Wine Spectator me envió a Europa como jefe de su oficina en Londres, una experiencia transformadora. Viví en Inglaterra, Francia e Italia, visitando viñedos y conociendo a figuras como Robert Parker y Jancis Robinson. Con Jancis, de hecho, compartí cenas en Londres a finales de los 80, y su conocimiento enciclopédico me inspiró.
Mi método se fue puliendo con los años. Al principio, me enfocaba en lo técnico: color, aromas, sabores, equilibrio. Pero pronto entendí que un gran vino no es solo técnico; debe emocionar. Destino 15 puntos al color, 25 a los aromas, 25 al paso por boca y 35 a la impresión global, pero un vino de 100 puntos tiene algo más: una conexión que toca el alma. En esos años, también adopté mis copas Lalique, diseñadas en homenaje a las Riedel de 1958. Viajo con ellas en un maletín verde porque son universales y muestran el vino sin alterarlo. Caté más de 9.000 vinos al año en esa época, y tener herramientas consistentes fue clave.
Un gran vino es aquel tan maravilloso que quiero beberme la botella entera yo solo.
Tu carrera en Wine Spectator te convirtió en un referente. ¿Qué marcó tu ascenso como crítico?
Estuve casi 30 años en Wine Spectator, de 1981 a 2010, y fui editor senior y jefe de la oficina europea. Lo que me diferenció, creo, fue mi compromiso con viajar y conocer el terroir de primera mano. Visité viñedos en Bordeaux, Toscana, Rioja, Napa Valley, y luego en Argentina, Chile y Australia. Hablaba con los enólogos, entendía sus suelos y sus filosofías. Eso me dio una perspectiva global que pocos tenían entonces.
También defendí los puntajes desde el principio. En los 80, el sistema de 100 puntos de Robert Parker era nuevo y controvertido, pero vi su valor: simplifica decisiones para los consumidores, especialmente en mercados emergentes. Mis reseñas en Wine Spectator ayudaron a posicionar regiones como Toscana y Rioja, y mi primer gran impacto fue en 1983, cuando viajé a España y me enamoré de los clásicos de La Rioja, como los de La Rioja Alta. Su Gran Reserva 890 de 2005, por ejemplo, es un vino que aún recuerdo por su sensibilidad y carácter. Ese viaje me marcó y me hizo un defensor de los vinos españoles.
En 2010, dejaste Wine Spectator para lanzar JamesSuckling.com. ¿Por qué diste ese salto al mundo digital?
Fue una decisión arriesgada pero natural. En 2010, el periodismo impreso empezaba a perder terreno, y yo quería libertad para explorar mi visión. Siempre fuimos digitales en espíritu; Wine Spectator ya tenía un sitio web, pero yo quería una plataforma propia, ágil y global. Lancé JamesSuckling.com ese año, con la misión de reseñar vinos con honestidad y conectar con aficionados de todo el mundo.
La transición fue un éxito porque me rodeé de un equipo sólido. Tengo catadores en Hong Kong, China, Alemania y Australia, todos alineados con mi filosofía: buscamos vinos equilibrados, auténticos, que reflejen su origen. Catamos unos 500 vinos a la semana, más de 18.000 al año, y usamos sistemas informáticos para gestionar la logística. La pandemia de 2020 fue un desafío, pero nos adaptamos desde Hong Kong, donde no hay impuestos al vino, lo que facilita los envíos. Hicimos entrevistas por Zoom, duplicamos las suscripciones y mantuvimos la calidad. Hoy, tenemos 4 millones de seguidores entre nuestra web, redes sociales y colaboraciones con revistas como Prestige y Noblesse.
Tus puntajes son una guía global, pero también generan debate. ¿Por qué crees que son tan relevantes?
Los puntajes son una brújula en un mundo vinícola que puede ser abrumador. Con miles de vinos excelentes disponibles, los consumidores necesitan una referencia clara para tomar decisiones informadas, especialmente en mercados emergentes como China, Corea, Tailandia o Vietnam, donde el consumo de vino está creciendo exponencialmente. Un puntaje de 90 o más es una garantía de calidad, pero también refleja mi filosofía: busco vinos equilibrados, frescos, que hablen de su terroir. No son solo números; son una narrativa condensada de la experiencia que ofrece cada botella.
El debate sobre los puntajes, como el que generó Michel Rolland al decir que no tienen futuro, es saludable. En 2016, en Buenos Aires, mientras cataba 700 vinos argentinos, me reí al escuchar eso, porque mi vida gira en torno a puntuar. Pero entiendo a los críticos: algunos dicen que reducen el vino a un número, ignorando su poesía. Yo lo veo diferente. Los puntajes son una herramienta, no el fin. Simplifican la elección, especialmente para nuevos consumidores que no tienen tiempo de probar cientos de vinos. En mercados como Asia, donde el vino es una decisión de estilo de vida, un puntaje alto puede ser el primer paso para descubrir un malbec de Gualtallary o un rioja clásico.
Por ejemplo, cuando di 100 puntos al Cobos Malbec 2011 de Viña Cobos, no solo estaba evaluando su acidez vibrante, su fruta madura o sus taninos estructurados; estaba destacando una joya que casi no se embotelló porque el enólogo Paul Hobbs dudaba de su estilo poco convencional. Ese puntaje puso a Argentina en el mapa de los vinos perfectos y mostró el valor de los puntajes para resaltar lo excepcional. Viajo por el mundo —de Bordeaux a Toscana, de Mendoza a Central Otago— y veo que los puntajes son cada vez más relevantes, no menos. Los enólogos, incluso los consultores como Rolland, son juzgados por ellos, porque los mercados los demandan.
Al final, los puntajes son solo una voz. Hay consumidores que prefieren el estilo más potente de Robert Parker o el enfoque analítico de Jancis Robinson. Eso está bien; el vino es subjetivo. Mi rol es dar herramientas para que cada persona encuentre su vino ideal, ya sea un tinto canario fresco o un Gran Cru de Beaujolais. En JamesSuckling.com, con 4 millones de seguidores en redes y plataformas, vemos que los puntajes conectan con una audiencia global que busca confianza y emoción en cada copa.
Hablas de la “drinkability” como una tendencia clave. ¿Cómo ha evolucionado el gusto global por el vino?
Cuando empecé en los 80, los vinos eran más clásicos, equilibrados. En los 90 y 2000, el mercado estadounidense impulsó vinos pesados, alcohólicos, con mucha madera. Pero desde hace una década, hay un retorno a la bebebilidad: vinos frescos, transparentes, que expresan su terroir. Esto lo veo en Argentina, con Malbec de Gualtallary o Uco que reflejan su suelo, o en España, donde los riojas modernos son más bebibles que los sobres extraídos de antes.
Los jóvenes consumidores, especialmente, buscan experiencias únicas. Están abiertos a un Malbec argentino, un nero d’Avola italiano o un trousseau californiano. También son más conscientes: prefieren vinos orgánicos, sostenibles, con historias auténticas. En Asia, donde vivo, el vino es una decisión de estilo de vida. Esta evolución abre mercados nuevos, pero desafía a los productores a innovar. En Argentina, por ejemplo, los enólogos jóvenes en sus 30 están enfocados en el terroir, no en el mercado, y eso está elevando el potencial del Malbec sin límites.
Eres un gran defensor de los vinos españoles. ¿Qué destacarías de su posición actual y su potencial?
España es un tesoro vinícola, pero aún tiene trabajo por hacer. En el mundo occidental, se ve como un productor de vinos de gran valor con algunos íconos, como Vega Sicilia o La Rioja Alta. En Asia, apenas se conoce. Pero España es mucho más: sus suelos y microclimas dan vinos únicos. Me encanta Rioja, el corazón del vino español, por sus clásicos y sus nuevos cortes modernos. También admiro regiones emergentes como Galicia y las Islas Canarias, con tintos frescos y energéticos.
En mi reportaje The Superstars of Spain de 2017, destaqué estas zonas porque sus vinos tienen una columna vertebral vibrante. La Rioja Alta, por ejemplo, encarna la tradición con vinos auténticos como el Gran Reserva 890. España debe comunicar mejor su riqueza gastronómica y vinícola. En 2021, planeamos catas en Hong Kong para promover sus vinos, y espero volver pronto a Rioja y Ribera del Duero para seguir explorando.
Tu vida está marcada por los viajes. ¿Cómo organizas catas tan intensas y mantienes la objetividad?
La organización es todo. Tengo un equipo joven que gestiona la logística: envíos, numeración de botellas, catas a ciegas. En Buenos Aires, en 2016, caté 700 vinos en cuatro días, todos envueltos para ocultar su identidad. Uso siempre mis copas Lalique, que diseñé con la firma francesa para mostrar el vino de forma transparente, sin micro oxidación como otras copas.
Para mantenerme en forma, bebo mucha agua, hago ejercicio y evito beber durante las catas; solo evalúo. Mi método es clásico: observo el color, huelo los aromas, pruebo el equilibrio de fruta, alcohol, taninos y acidez, y luego pienso en la impresión global. Un vino de 100 puntos debe emocionarme, como los Grand Cru de Beaujolais, los Premier Cru de Bordeaux o los tintos canarios. La objetividad viene de la experiencia y la cata a ciegas, aunque siempre hay un toque personal en lo que me conmueve.
En 2018, abriste James Suckling Wine Central en Hong Kong. ¿Qué es este lugar y qué significa para ti?
James Suckling Wine Central es el corazón de mi vida en Hong Kong, un proyecto que creamos mi esposa, Claire, y yo en 2018. Es más que un restaurante; es nuestra casa, un espacio donde el vino, la comida y la comunidad se encuentran. Ubicado en el vibrante distrito de Central, ofrece más de 500 vinos por copa gracias al sistema Coravin, lo que permite probar desde un Chardonnay uruguayo hasta un Barolo de 20 años. La carta tiene unas 800 referencias, con una selección especial de vinos españoles, como los riojas clásicos de La Rioja Alta, que admiro por su autenticidad.
La comida es una fusión de nuestras raíces: Claire es coreana, así que hay platos como pollo frito coreano y kimchi, mientras que mi lado americano aporta filetes orgánicos de California, tacos y sabores más familiares. Como ahí casi todos los días, y cada comida es una celebración. Es un lugar divertido, dinámico, donde los amantes del vino pueden explorar sin pretensiones. Organizamos catas, eventos y cenas temáticas, como noches dedicadas a los tintos de Galicia o los malbecs de Mendoza, lo que lo convierte en un hub para la cultura del vino en Asia.
Para mí, Wine Central es personal. Claire y yo lo diseñamos como una extensión de nuestra vida, un lugar donde compartimos nuestra pasión con el mundo. Hong Kong, con su sistema sin impuestos al vino, es ideal para esto: los envíos son rápidos, y la ciudad es un cruce de culturas. Abrirlo en 2018 fue un sueño, pero también un desafío logístico, desde seleccionar los vinos hasta crear un menú que armonizara con ellos. Durante la pandemia, cuando los viajes se detuvieron, Wine Central se convirtió en nuestro refugio. Mientras catábamos 18.000 vinos al año desde Hong Kong, el restaurante nos mantuvo conectados con la comunidad local.
Este lugar también refleja mi visión del vino como experiencia. No se trata solo de beber; es compartir historias, descubrir nuevos sabores, conectar con personas. En 2024, planeamos expandir su oferta con más eventos educativos, como masterclasses con enólogos internacionales, para fortalecer su rol como epicentro del vino en Asia. Para mí, es un legado vivo, un espacio donde el vino une a las personas.
Tu esposa, Marie Kim-Suckling, es una figura clave en tus proyectos, desde Wine Central hasta tu expansión en Asia. ¿Cómo ha influido su perspectiva y experiencia en tu carrera y en la forma en que compartes el mundo del vino?
Marie es mi compañera en todos los sentidos: en la vida, en los negocios y en nuestra pasión por el vino. Nacida y criada en Seúl, Corea, Marie trajo consigo una sensibilidad cultural única y una experiencia profesional en el comercio de vinos en Hong Kong, donde trabajó como comerciante antes de unirnos en JamesSuckling.com. Como vicepresidenta de la plataforma, ella lidera la estrategia comercial, especialmente en Asia, un mercado que conoce profundamente. Su visión ha sido fundamental para conectar con audiencias en China, Corea, Japón y más allá, donde el vino es cada vez más un estilo de vida.
Marie es la fuerza detrás de James Suckling Wine Central, nuestro restaurante en Hong Kong. Ella no solo es copropietaria, sino la mente creativa que le dio vida. Cuando abrimos en 2018, Marie diseñó el concepto: un espacio acogedor que combina más de 500 vinos por copa, desde riojas clásicos hasta rarezas uruguayas, con una cocina que fusiona sus raíces coreanas —platos como kimchi y pollo frito— con mis gustos americanos, como filetes orgánicos y tacos. Su capacidad para armonizar culturas en el plato y la copa es lo que hace de Wine Central un lugar tan especial.
Más allá de los negocios, Marie aporta una energía que complementa mi enfoque. Mientras yo me concentro en catar y analizar, ella se asegura de que cada evento, desde el Great Wines of the World hasta las catas en el Jeju Food & Wine Festival, tenga un toque humano. Recuerdo una vez en 2021, durante su cumpleaños, cuando abrimos botellas de Bordeaux juntos en Wine Central —ella ama los vinos de esa región—, y fue un recordatorio de cómo compartimos esta pasión. Marie también ha sido clave en nuestro proyecto en Nueva Zelanda, apoyando la visión del viñedo en Central Otago y ayudando a definir la marca que lanzaremos en 2024.
Su influencia va más allá de lo profesional. Como madre de nuestros hijos, Jack e Isabel, ha creado un hogar donde el vino y la comida son una celebración diaria. Jack, nuestro editor de cata en JamesSuckling.com, heredó su rigor, mientras que Isabel, una cantante que firmó con Decca Records, refleja su creatividad. Marie me mantiene conectado a la parte emocional del vino, recordándome que cada botella cuenta una historia. Sin ella, mi carrera sería solo números y catas; con ella, es una aventura compartida.
En 2023, sorprendiste al mundo comprando un viñedo en Nueva Zelanda. ¿Cómo nació esta aventura?
Comprar un viñedo en Central Otago fue un sueño que se gestó durante 20 años. Desde mi primera visita a Nueva Zelanda, quedé fascinado por la región: sus paisajes dramáticos, su gente acogedora y, sobre todo, sus pinot noirs, que tienen una pureza y finura que rivalizan con los grandes vinos de Borgoña. En 2023, surgió la oportunidad de adquirir un viñedo de 3.2 hectáreas en Felton Road, Bannockburn, una de las zonas más prestigiosas de Central Otago. No lo dudé; era mi chance de pasar de crítico a productor, de observar el terroir a moldearlo.
El proyecto es una aventura a largo plazo. Recluté a dos enólogos excepcionales, Grant Taylor de Valli Vineyards y Mike Wolf, cuya experiencia en pinot noir es inigualable. El viñedo producirá entre 600 y 700 cajas al año, con la primera añada prevista para 2024. Mi meta es crear un pinot noir que capture el carácter único de Felton Road: suelos arcillosos, microclima fresco y una energía vibrante. No se trata solo de hacer un gran vino; quiero ser parte de la comunidad de Central Otago, contribuir a su legado y aprender desde el otro lado del proceso.
La idea nació de mi amor por Nueva Zelanda, donde he viajado durante dos décadas. Cada visita, desde catas en Gibbston Valley hasta caminatas por los viñedos de Bannockburn, me convenció de que este era el lugar para dar este paso. No es mi primera incursión creativa —diseñé copas con Lalique y abrí Wine Central—, pero ser productor es un desafío nuevo. Estoy involucrado en cada etapa, desde la poda hasta la vinificación, aunque confío en Grant y Mike para dar vida al vino.
La bodega aún no tiene nombre, pero estamos trabajando en una marca que refleje la calidad y singularidad del proyecto. No veo conflicto con mi rol de crítico; en JamesSuckling.com, seguimos catando a ciegas y siendo transparentes. Este viñedo es una extensión de mi pasión, una forma de devolverle al mundo del vino lo que me ha dado. En 2025, planeamos lanzar las primeras botellas y organizar catas exclusivas en Hong Kong y Nueva York para compartir esta aventura. Es solo el comienzo, y estoy emocionado por ver a dónde nos lleva este viaje.
¿Qué otros proyectos tienes en el horizonte?
Estoy más ocupado que nunca. En JamesSuckling.com, seguimos creciendo, con planes para ampliar nuestra cobertura en Asia y América Latina. En 2024, organizamos eventos como el Great Wines of the World en ciudades como Nueva York y Miami, y continuamos con masterclasses en plataformas como Masterclass.com. En Hong Kong, quiero fortalecer Wine Central como un hub para la cultura del vino en Asia.
En Nueva Zelanda, mi foco es el viñedo. Es mi primera aventura como productor, y me emociona aprender desde el otro lado. También planeo volver a España en 2025, quizás a La Rioja, Ribera del Duero y las Islas Canarias, para seguir descubriendo sus tintos vibrantes. A largo plazo, quiero seguir conectando a los consumidores con vinos que emocionen, ya sea a través de mis reseñas, eventos o mi propio Pinot Noir.
Para cerrar, ¿cómo defines un gran vino y qué significa el vino en tu vida?
Un gran vino es aquel tan maravilloso que quiero beberme la botella entera yo solo. Tiene equilibrio, carácter y una chispa emocional que te llega al corazón. En mis 40 años de carrera, he catado más de 250.000 vinos, y los mejores —como el Château Pétrus, el Masseto o el Cobos Malbec 2011— son los que te hacen sentir vivo.
El vino es mi vida: una puerta a culturas, historias y personas. Me ha llevado a recorrer el mundo, desde los viñedos de La Rioja hasta los de Central Otago, y me ha dado una comunidad global de amigos y aficionados. Espero seguir catando, escribiendo y, ahora, produciendo vinos que inspiren a otros. Invito a los lectores a explorar JamesSuckling.com y a brindar con un buen vino, ¡quizás un rioja clásico o un Malbec argentino!
Gracias, James, por esta fascinante conversación.
Gracias a ustedes. ¡Salud!
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