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El Bicentenario del sabor
Cómo el vino acompaño la historia de Bolivia

En el marco del Bicentenario de Bolivia, el vino se convierte en un hilo conductor para comprender cómo nuestra historia, identidad y cultura han madurado con el paso del tiempo. Desde las primeras vides traídas en la época colonial hasta el surgimiento de bodegas modernas que hoy compiten a nivel internacional, este recorrido revela cómo la vitivinicultura ha sido testigo y protagonista de doscientos años de transformaciones. Más que una bebida, el vino boliviano es memoria, tradición y proyección hacia el futuro.

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En el marco de las celebraciones por el Bicentenario de Bolivia, resulta inevitable mirar hacia atrás y reflexionar sobre aquellos elementos que han acompañado a nuestro país en su proceso histórico, cultural y social. Entre estos, el vino ocupa un lugar especial, no solo como una bebida ligada a la celebración, la memoria y el encuentro, sino también como un producto que refleja el trabajo de generaciones, la diversidad de nuestros territorios y la creatividad de quienes han sabido transformar la uva en un símbolo de identidad.

El vino boliviano tiene una historia larga y compleja que se remonta a los tiempos coloniales, cuando los primeros viñedos llegaron con los conquistadores españoles y comenzaron a adaptarse a los valles altos del territorio. A lo largo de los siglos, esa tradición ha experimentado altibajos: momentos de esplendor, crisis económicas, reconversiones productivas y, en los últimos años, un auge que ha puesto a Bolivia en el mapa internacional como una región vitivinícola emergente con propuestas únicas.

El Bicentenario nos invita, entonces, a recorrer este camino histórico con mirada amplia y a celebrar el esfuerzo de las bodegas que hoy siguen marcando la pauta, llevando el vino boliviano a nuevos horizontes.

Los orígenes: del tiempo colonial a los primeros viñedos

El trabajo de investigación realizado por el enólogo boliviano, Iván Bluske Sagárnaga, respecto a los primeros cultivos en el país, y que fue publicado en España, explica que fueron los misioneros de la orden de los agustinos quienes dieron los primeros pasos en el cultivo de vid en esta parte de América.

Entre 1550 y 1570, los sacerdotes que provenían de Lima, en Perú, llegaron poblaciones de Pilaya, Paspaya y Cinti, pasando por Tomina; hoy departamento de Chuquisaca.

Durante los primeros años de la colonia, la política económica de España restringió el cultivo extensivo de vid, para defender los intereses comerciales de la península. Una Cédula Real de 1601 expresa la voluntad del rey, oponiéndose a ello. “… en diferentes ocasiones se ha ordenado a los virreyes, vuestros antecesores, que no permitan ni den lugar a que se plantes viñas ni olivares en esas provincias, y no acrecienten las plantaciones… Es mi voluntad y mando que tampoco se den indios de repartimiento para estas faenas”, dice el documento que fue utilizado por Bluske como respaldo de su investigación.

Pese a la voluntad del rey, se mantuvieron los cultivos, aunque de manera reducida.

A Tarija, por su parte, los primeros cultivos llegaron alrededor de 1600, también gracias a la congregación de los agustinos y no de la mano de los jesuitas, como se dice comúnmente.

En el año 1609 se implantaron las primeras cepas en el que sería el valle de San Luis, hoy Entre Ríos, capital de la provincia O’Connor.

Los primeros vinos elaborados en Bolivia fueron con fines litúrgicos y estos fueron producidos en mezque, Cochabamba, que era la sede arzobispal.

“Los primeros vinos se fermentaban en cántaros de barro cocido de distintas capacidades, por las técnicas transmitidas por los españoles”, explicó el enólogo.

Las principales producciones de vino se encontraban en valles situados al sur de Potosí, una de las ciudades más importantes de América durante la colonia, debido a su riqueza mineral.

Potosí era un buen mercado, dada la costumbre que tenían los españoles de beber vino.

En Tarija, la producción se enraizó principalmente en el valle central, formado por las provincias Avilés, Cercado y Méndez, en ese entonces.

Calamuchita, Chaguaya, Chocloca, Colón, Concepción, La Angostura, La Compañía, Juntas, Santa Ana, San Luis y Sella entre otros fueron y son los principales productores.

Aunque las primeras plantaciones fueron en parral, no dieron el resultado deseado debido a las constantes lluvias, por lo que cambiaron la forma de conducción del cultivo a espalderas altas con tres alambres.

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El vino en Bolivia: 500 años de historia, 200 de independencia y un futuro por descorchar.

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Los padres agustinos fueron los primeros en producir vid en Tarija por el 1600.
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Siglo XIX y XX: la consolidación de una cultura vitivinícola

Con el paso de los siglos, los valles de Tarija comenzaron a consolidarse como el verdadero corazón vitivinícola de Bolivia. El clima mediterráneo, con días largos y soleados, noches frescas y un aire puro que corre entre los cerros, sumado a la altitud de más de 1.600 metros sobre el nivel del mar, ofrecía condiciones singulares que diferenciaban a la región de otros terruños del mundo. Estos factores no solo influían en la maduración de la uva, otorgándole aromas intensos y acidez equilibrada, sino que también marcarían un sello de identidad que, con el tiempo, se volvería inseparable del vino boliviano.

El año 1974 marcó un antes y un después respecto a la viticultura. Gracias al auge en la producción, surgieron grandes industrias vitivinícolas en Tarija, tomando la delantera respecto a la producción nacional.

La variedad moscatel de Alejandría fue la dominante en el valle en aquel entonces, aunque en los años 70, también se producían vinos tintos de las variedades cabernet sauvignon, merlot y barbera.

Variedades relativamente nuevas en el valle, como tannat, marcan un nuevo rumbo de la viticultura, con vinos medalleros a nivel internacional.

Posteriormente, a principios de los 80, empezaron a entrar malbec y syrah. En los 90, ingresaron chardonnay, sauvignon blanc y el merlot cobró una fuerza especial. El año 1999, la bodega Aranjuez fue la pionera en introducir una variedad nueva en el valle, el tannat.

La altura, latitud y longitud hicieron que esta cepa se adaptara de forma excepcional en la región, como si fuera su lugar de origen. El tannat es típico de Francia y se caracteriza por tener una alta presencia de taninos.

Sin embargo, dadas las condiciones geográficas en Tarija, esos taninos pierden las notas amargas y aportando un sabor más dulce, dando a los vinos características muy particulares a los vinos de la región, ya que su evolución es mejor en estas condiciones.

Durante el siglo XIX, mientras el país atravesaba los vaivenes de la construcción de la República, la viticultura fue creciendo de manera lenta pero constante. Algunas familias tarijeñas comenzaron a organizar sus viñedos de forma más sistemática, heredando conocimientos de los misioneros y de la tradición colonial, pero adaptándolos a las particularidades de su tierra. Los viñedos eran aún de pequeña escala y las técnicas rudimentarias, aunque ya empezaba a vislumbrarse una intención de mejorar la calidad y no solo la cantidad de la producción.
Fue recién en el siglo XX cuando el panorama dio un salto cualitativo. La llegada de nuevas tecnologías, el acceso a cepas mejor adaptadas y el espíritu emprendedor de varias familias dieron lugar al nacimiento de las primeras bodegas con visión empresarial. Estas bodegas, más allá de producir vino para el consumo local, comenzaron a pensar en la posibilidad de un mercado más amplio, capaz de proyectar a Tarija como un referente en el mapa vitivinícola de Sudamérica.
El vino dejó de ser únicamente un producto religioso, destinado a la misa o a celebraciones puntuales, o una bebida artesanal que se elaboraba en casa para consumo propio. Empezó a convertirse en un símbolo social, presente en reuniones familiares, festividades populares y momentos de encuentro. Con el correr de las décadas, el vino también comenzó a percibirse como un motor económico capaz de diversificar la producción agrícola de Tarija, atrayendo inversiones, fortaleciendo la identidad local y sentando las bases de una cultura vitivinícola que hoy se encuentra en plena expansión.

El surgimiento de las bodegas bolivianas: un recorrido cronológico

Una de las mejores formas de entender la evolución del vino en Bolivia es recorrer la historia de sus bodegas. Cada una de ellas no solo representa un emprendimiento empresarial, sino también una apuesta cultural y familiar, donde generaciones se han dedicado a cultivar la tierra, elaborar vino y transmitir pasión.

A continuación, haremos un recorrido narrativo por las principales bodegas bolivianas:

Kuhlmann (1930)

La bodega tiene una tradición familiar vitivinícola desde 1893. Don David Molina elaboraba singanis, vinos y ratafia en la hacienda Isuma. La marca de vinos más reconocida en aquellos tiempos se llamaba «El Poblador», y aunque la marca ya no se encuentra en el mercado, la empresa Kuhlmann la tiene registrada en honor al señor Molina.
En el año 1930, un caballero de origen alemán llamado Franz Kuhlmann fundo Kuhlmann & Cia. Ltda en la hacienda «Vivicha» ubicada en la zona de Camargo donde comenzó el sueño. En un principio la elaboración de vino oporto, ratafia y el primer singani que tuvo gran acogida en La Paz, Oruro, Potosí y centros mineros.
Aunque desde 1930 empezó a funcionar en Camargo, la bodega Kuhlmann se trasladó a Tarija recién en el año 1973, motivada por las características de los suelos y extensiones de tierra que había en este lugar para la producción de vid. Es la bodega más antigua del país, aunque no fue la primera bodega en Tarija.

Familia Kohlberg (1957)
Kohlberg (1963)

Don Julio adquiere la hacienda «La Cabaña» en 1959, pero fue fundada la marca y bodega Kohlberg en 1963. El vino fue mejorado por don Julio, gracias a algunos conocimientos empíricos sobre elaboración de vinos que le transmitió el Rvdo Padre Pedro Pacciardi del Convento de San Francisco. A partir de ese momento el vino obtuvo un éxito indiscutido en los mercados locales. Con el objetivo de afianzar los buenos resultados obtenidos hasta ese momento, se incrementaron las plantaciones de vid con cepas importadas de Mendoza, Argentina y posterior-mente de Francia y España.

Kohlberg abrió sus puertas en el año 1963, bajo el nombre de Bodegas y Viñedos la Cabaña. Su primer vino se llamó El Chapaco y fue la primera bodega del valle central.

Aranjuez (1976)

La década de 1970 trajo consigo un cambio en la vitivinicultura boliviana. En 1976 se fundó la bodega Aranjuez, que con el paso de los años se convirtió en una de las más premiadas e innovadoras del país. Vinos Aranjuez nace como un emprendimiento del Ing. Milton Castellanos Espinoza y su esposa, la Sra. Ana Hebe Cortez Vaca Guzmán. La primera producción fue de 85.000 botellas entre vinos blancos y tintos, y se denominó Gran Vino.

«Aranjuez» es la marca registrada con la que la bodega comercializa su producción. El nombre ha sido adoptado del barrio en el que se encuentran las instalaciones desde su creación, en la ciudad de Tarija, Bolivia.

La bodega se especializa en la variedad Tannat, introducida por primera vez a Bolivia el año 1999. Aranjuez es la bodega que más premios recibió por esta variedad y la única que os-tenta 3 grandes medallas de oro.

Primera etiqueta de Aranjuez en 1976.
Viña La Concepción
La Concepción (1986)

La sociedad Bodegas y Viñedos de La Concepción, se constituyó en 1986 gracias al aporte de empresarios de Tarija y La Paz, en las haciendas de algunos accionistas.

En los primeros años la producción se concentró en vinos de mesa con la marca «La Concepción». En 1991, se lanzaron al mercado los primeros vinos varietales de Bolivia, iniciando así la producción de vinos más elaborados. En 1994, realizó la primera exportación de vinos y singanis a Europa y Canadá.

Todos los viñedos se encuentran a más de 1.750 m.s.n.m., condición que, por las bajas temperaturas y la alta insolación de la región, ha permitido que las cepas se conviertan en vinos de muy alta calidad.

Campos de Solana (2000)

La saga de la familia Granier Ortiz comienza en 1925. Cuatro generaciones de tradición vitivinícola son las que cuentan la historia de la bodega Campos de Solana.

Fernando, Luis y Carmen Granier tuvieron la visión de crear una bodega capaz de llevar la vitinicultura boliviana al mundo. Por esa razón, nuestro compromiso es lograr excelencia en un proceso de innovación continua que garantice la búsqueda de la perfección permanente en cada botella.

«Don Lucho», como llaman cariñosamente a Luis Granier Ballivián (t), comenzó plantando personalmente el primer parral en Santa Ana hace algunas décadas. Con el sueño de hacer un gran vino, consiguió congregar a su familia alrededor de la que hoy es una de las marcas de vino más importantes de Bolivia. Campos de Solana.

Bodega Campos de Solana
Viñedos de Uvairenda - Samaipata
Uvairenda (2007)

Uvairenda que significa en guaraní «el sitio de la uva», nace por iniciativa de Francisco Roig y Peregrin Ortiz quienes se aliaron para cultivar el sueño de una bodega boutique en Bolivia. Unos años después, se unió a la entonces dupla, Gustavo Añez quién con la perspectiva de consolidar esta bodega bou-tique con los vinos de la más alta calidad.

Gracias a arduos trabajos investigativos decidieron plasmar el proyecto en Samaipata, tierra noble y fértil que brindaría sus frutos para la producción de cepas con aromas cautivantes y deliciosas diversas entonaciones de sabores. Samaipata es el terruño vitivinícola en Bolivia con los veranos más frescos, lo cual nos otorga producir un vino de clima mas frío y complementar a los producidos en otras regiones del país.

Un mosaico de tradición y modernidad

Este recorrido por las bodegas bolivianas muestra cómo la historia del vino en nuestro país está marcada tanto por la tradición centenaria como por la innovación contemporánea. Desde La Concepción, con más de 100 años de historia, hasta San Remo, con apenas poco más de una década, todas forman parte de un mismo mosaico cultural y productivo que enriquece la identidad del vino boliviano.

Cada bodega ha aportado a su manera: algunas rescatando cepas olvidadas, otras apostando por la tecnología, y muchas trabajando en proyectos enoturísticos que abren las puertas a los visitantes para compartir la experiencia del vino desde la raíz.

El vino boliviano en el siglo XXI: reconocimientos y desafíos

En las últimas dos décadas, Bolivia ha logrado posicionarse en el ámbito internacional gracias a los premios obtenidos en concursos de prestigio como el Concurso Mundial de Bruselas. Nuestros vinos de altura, cultivados entre 1.600 y 3.000 metros sobre el nivel del mar, han sorprendido a críticos y consumidores por su personalidad única: intensos, aromáticos y con una acidez fresca que la diferencia de otras regiones del mundo.

Pero este auge también trae consigo desafíos:

  • Ampliar los mercados de exportación, para que más consumidores en el extranjero conozcan la calidad boliviana.
  • Fomentar el consumo interno, para que el vino compita en un país donde la cerveza y otras bebidas tienen aún mayor presencia.
  • Proteger las regiones vitivinícolas históricas, como los valles de Cinti, donde se conservan cepas patrimoniales de gran valor.
  • Invertir en enoturismo, un sector que puede generar empleo, cultura y una nueva forma de mostrar al mundo nuestra riqueza.
Reflexión final: el vino como identidad en el Bicentenario

El Bicentenario es una oportunidad para mirar hacia atrás y valorar cómo el vino ha acompañado la historia de Bolivia, desde los primeros viñedos coloniales hasta las bodegas modernas que hoy compiten a nivel internacional. El vino no es solo un producto agrícola o una bebida: es un símbolo cultural, un testimonio de la relación del ser humano con la tierra y una invitación a compartir.

En cada copa de vino boliviano hay siglos de tradición, familias que han trabajado la vid con pasión, y una visión de futuro que busca poner a nuestro país en la vitrina del mundo. Celebrar el Bicentenario con una copa de vino es también celebrar nuestra diversidad, nuestra historia y nuestro potencial.

Bolivia, tierra de altura y de vinos singulares, levanta la copa al Bicentenario con orgullo.

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